miércoles, 15 de abril de 2009

8ª Semana - Tizón


El Real de la Almadraba de Bolonia en realidad no existe, porque en Bolonia, como todos sabemos, no hay puerto de mar, por lo que se aprovecha el Real de la Almadraba de Tarifa, que es el que cae más cerca. Para el que no lo sepa, todo esto se explica porque todas las almadrabas que funcionan en el Sur de España pertenecen a los mismos dueños.

¡Bueno, recapitulemos! Quizá no haya enfocado bien el asunto, ya que, casi con total seguridad, habrá mucha gente a la que la expresión “Real de la almadraba” le sonará a chino, así que rectifico sobre la marcha y me atrevo a concretar una somera explicación sobre el tema:

Al lugar donde se almacenan o guardan todos los elementos necesarios para montar una almadraba (que son muchos y de gran envergadura), se le llama “Real de la almadraba”, término que posee cierta connotación militar, por su significado de “campamento” y, es que hay que tener en cuenta que en diferentes épocas de un pasado más o menos lejano, dicho lugar tenía que estar protegido de enemigos, que, según la época, podían ser, tropas moras, piratas, corsarios, incluso enemigos políticos de los diferentes dueños que tuvieron en su momento, amén de la necesidad de controlar a los propios almadraberos, que en tiempos pretéritos solía ser una chusma bastante peligrosa, como nos cuenta el propio Miguel de Cervantes en una de sus “Novelas ejemplares”, hablando sobre la almadraba de Zahara de los Atunes.

Dicho esto, aunque Tizón trabajara en la almadraba de Bolonia, era a la oficina de Tarifa donde tenía que llevar el certificado médico que avalaba su buena salud para ejercer como buceador.

Como no tenía quien le llevara, tuvo que coger el autobús de línea que le dejaba no muy lejos de la zona cercana a la playa donde está ubicado “El Real”.

Se acercó a la oficina con cierto resquemor, pero tuvo la, para él, buena suerte de que no estuviera Don Manuel, el administrador (que imaginaba que le iba a echar la bronca); sólo estaba uno de los escribientes, que le dió a firmar un par de documentos, le preguntó si su dirección y datos bancarios eran los mismos del año anterior y se quedó con el certificado médico.

A propósito de certificado, algo que creo no haber comentado: la categoría laboral de Tizón, era de “ayudante de buceador”, por lo que dentro de sus obligaciones no estaba el hacer inmersiones, pero, a pesar de eso, la Empresa, para sacudirse posibles responsabilidades, le exigía la presentación del tan repetido certificado, porque en la dura realidad (cosa de la que estaba muy orgulloso y a él le encantaba), hacía las mismas faenas que los buceadores, salvando las distancias con Enrique, el más veterano, que era considerado el Jefe de los “ranas”, como comúnmente se les apelaba a los buceadores entre el personal de la almadraba. Enrique solía asumir las acciones de mayor peligro y responsabilidad.

- ¡Hombre, Tizón, bienvenido! –le comentó la secretaria Adela, que entraba en ese momento, - Don Manuel ha preguntado unas pocas de veces por ti... – esto último dicho con cierto retintín y un punto de mala leche...

- ¡Si, ya!, -respondía Tizón, un tanto cohibido ante la puretona Adela, maciza y aún de buen ver. –Es que he tenido algunos problemas; además, un amigo mío se perdió y lo estuve buscando y eso...

- ¡Bueno, bueno! A ver si este año sale como el año pasado ¿no?

- ¡Claro, eso es lo que hace falta...!

Cuando entró en el gran patio, se podía apreciar un ligero aroma que aún no había desaparecido desde la temporada anterior y que no llegaba a ser del todo desagradable, debido a las algas, percebes y otros organismos marinos, ya secos y descompuestos, que cubrían las amarras, redes, cadenas y demás elementos, aunque ya comenzaba a hacerse presente y sobresalir, el olor a alquitrán, pues algunos almadraberos ya habían empezado con los preparativos para poner a punto todo el tinglado necesario con el fin de iniciar lo que llamaban “tirar los hierros a la mar” que no era otra cosa que ir situando las grandes anclas que sujetarían el laberinto de redes que formaban ese arte milenario de pesca (hay que recordar que el legado nos viene desde nuestros ancestros fenicios). Para esta primera tarea, era esencial disponer de potentes cabos, fuertes boyas y amarras de acero que debían fijar con total garantía las enormes anclas de hierro, por lo que debían recibir el mejor mantenimiento posible.

Nada más entrar, respirando con cierta satisfacción ese olor inconfundible y contestando a los saludos de los compañeros que ya se afanaban en tender y limpiar las amarras de acero, fijó su vista en el rincón donde estaba la pequeña caseta de los “ranas” y vió que estaba aparcado el coche de Jesús, por lo que rápidamente, se dirigió a saludar a su amigo, al que suponía dentro de la caseta.

Tuvo una pequeña sorpresa, porque se encontró con Enrique, el “líder de los ranas”, que parecía estar reparando el compresor de aire y que se levantó con presteza, recibiéndole con una amplia sonrisa y con un amistoso y chusco saludo:

- ¡Hombre, Tizón! ¡”Dieciocho” los ojos que te ven...! ¡No hay quien te eche la vista encima...!

- Hola, Enrique, ya estamos aquí otra vez. Ya me dirás cuando empezamos a funcionar.

- Tanquilo, -le respondió Enrique, -por ahora no hace falta venir. Yo es que tenía que arreglar unas cosas del contrato laboral con la empresa y de camino he querido echarle un vistazo a las botellas y al compresor, a ver si necesitan alguna reparación, para decírselo al Capitán y que se encargue de que se arregle lo quq haga falta, antes de que tengamos que venir. Yo creo que hasta dentro de dos semanas, por lo menos, no nos necesitarán, aunque siempre hay que estar pendientes, por si acaso...

- ¿Donde está Jesús? –le preguntó Tizón, que tenía ganas de echar alguna parrafada con él, para que le aclarara si el administrador le había hecho algún comentario sobre su persona, al objeto de preparar alguna excusa, si fuera necesario.

- Mira, hace un momento ha ido a hablar con el Segundo, allí en el salón grande de las piletas...

- Es que me ha llamado dos o tres veces por teléfono y tengo que hablar con él.

Sin más comentarios se dirigió hacia el salón y, efectivamente, se encontró a su amigo hablando animadamente con el Segundo de la almadraba.

- ¡Buenaaaaas...!

Ambos hombres volvieron la cara al escuchar el saludo y casi al unísono dijeron:

- ¡Vaya, hombre, por fin te has dignado venir por aquí...!

- ¡Pero, si todavía no tenéis listas las amarras..., ni habéis alquitranado las redes...! ¿Qué falta hacía yo por aquí...? ¡Venga ya y dejarse de tonterías!

Esperó a que se alejara el Segundo, una vez terminada la conversación con su amigo Jesús y, algo impaciente, le inquirió con cierta vehemencia:

- ¡Escucha...! ¿Por qué me llamabas por teléfono? ¿Qué es lo que quería el Administrador...?

- Nada, quillo, tranquilo, es que me preguntó por ti, un poco extrañado de que aún no hubieras traído el certificado del médico, que ya sabes que hace falta para el contrato de trabajo. Pero no estaba ni cabreado ni nada. ¡Tú tranquilo!

Estas palabras sirvieron para alegrarle el día a Tizón y para que volviera a casa con cierta tranquilidad de ánimo, porque es que le tenía verdadero pánico al Aministrador de la Almadraba, al que veía como un semidiós en la empresa. Vamos, que le tenía un respeto inmenso, respeto que, incongruentemente, brillaba por su ausencia en relación con el Capitán de la Almadraba, que era realmente su principal jefe natural.

Al hilo de lo anterior, tengo que aclarar para los que no están al tanto de estas cosas de la mar, que el mando principal de toda almadraba lo ejerce el “Capitán” (también llamado “Arráez”), cuyas palabras y órdenes son ley en todo lo que se refiera a su gente, a todas las faenas de preparación, montaje, pesca, desmontaje, etc., a los días y horas en que hay que salir a la mar, al reparto del pescado y a cualquier otro tema que tenga que ver son “su” almadraba; hasta para los propios dueños, el Capitán es “sagrado”. A éste le sigue en el mando el “Segundo” y a éste, a su vez, el “Tercero”, que es como se les denomina a estos mandos intermedios. Además existen otros cargos, como administrador de la mar, varilla, patrones de los faluchos, vigilantes, gruístas, patrón del bote, motoristas, etc. que ya irán apareciendo más adelante.

Francisco.

lunes, 13 de abril de 2009

7ª Semana - Tizón


- Quillo, Tolete, ¡qué alegría verte! –comentaba Tizón a su amigo, mientras le abrazaba.

- ¿Sabes que tu madre está muy preocupada? ¿Por qué te has escondido? Yo sé que perdido no has estado porque tú conoces bien estos campos. ¿Qué es lo que te ha pasado, hombre...?

- Es que, cuando le pegué la patada a la comida, salío el tío viejo con un palo y quería pegarme, pero yo me lié a correr y no me pudo pillar. Después, me escondí y, mientras estaba escondido, vi que el fuego se puso muy grande y me asusté y no sabía qué hacer, porque el fuego seguía y seguía y yo sabía que iba a venir la Guardia Civil y me iban a meter en la cárcel y me metí en la cueva de la fuente..., en lo más hondo... Y he pasado frío, ¿sabes?, pero... es que estaba la Guardia Civil... Esta mañana os vi venir desde lejos, pero no te conocía y me volví a esconder, luego después, cuando escuché tus gritos me di cuenta... y, además, como tenía mucha hambre..., pues, aquí estoy...

-Bueno, Juanito, ¡hay que ver la que has liado...!, pero ya tranquilo, que ha pasado todo. Primero te llevaremos a tu casa para que tu madre se quede toda calmada y puedas comer y lavarte, que parece que has estado en un estercolero...y luego Dios dirá. ¡Venga!, ¡vámonos ya, que hay que comer algo...!

Se daban buena prisa en llegar a la casa de Tolete. Pero, -sin exagerar, para no llamar la atención-, como repetiría Tizón en un par de ocasiones.

Además, tuvo el cuidado de acceder a la ciudad por los caminos menos transitados, para no encontrarse con la Policía o Guardia Civil. Ya en la ciudad, escogió las calles menos concurridas para evitar la curiosidad y las preguntas de la gente, aunque, en realidad la desaparición de su amigo no fuera conocida más allá de su familia y su calle, pero él intentó mantener esa especie de sigilo, que hacía que su “operación” ganara en importancia y le confería el mérito y los visos de una “maniobra militar”, con el valor que esos pequeños detalles tenían ante sus amigos; lo que le servía para reforzar su estrenado estatus como “jefe” de la pequeña “patrulla de búsqueda”.

Durante todo el camino no paraba de animar a Tolete y de indicarle lo que debería contar a la Policía, si le preguntaban algo, siempre tratando de convencerle de que lo más seguro era que ni la Policía ni la Guardia Civil irían a su casa, pero “por si acaso”... (Bien conocía Tizón del pánico cerval de su amigo a cualquier uniforme).

- Tú no te preocupes de nada. Si te preguntan algo, que yo creo que no..., tú dices que me estabas buscando y que al pasar corriendo tropezaste con la olla y se cayó el anafre con las brasas... Y, entonces, que saliste corriendo porque salió un tío con un palo y te quería matar... Y, claro, como te entró tanto miedo, pues te escondiste en las cuevas y no te atreviste a salir... Y, luego, pues que te quedaste dormido... ¿Vale?... Tú tranquilo, que ya verás como no pasa nada...

- Es que, como tú dijiste que íbamos a ir a quemarle el sitio a los rumanos, pues...

- ¡No, hombre, no! ¡Yo no te dije eso...! ¡Y no se te vaya a ocurrir ni comentarlo! Porque, si no, ¡en chico lío nos vamos a meter...! ¡Tú lo que tienes que decir es lo que te he dicho: que me estabas buscando y que al pasar le diste sin querer y se cayó el anafre...! ¿No te enteras...?

- ¡Vale! ¡Vale! ¡Está bien! –Asentía Tolete, aunque no parecía demasiado convencido.

Ya cerca de la casa, volvió a insistir Tizón:

- ¡Acuérdate de lo que tienes que decir! ¡Y di siempre lo mismo, que los de la Policía son muy pesados...! Aunque lo más seguro es que no te pregunten nada...

Cuando Lola vio a su hijo, intentó darle un bofetón, pero, Tizón, que estaba al quite y se esperaba algo de eso, se interpuso, aunque realmente no tuvo que imponerse demasiado, porque la madre, rápidamente abrazó a su hijo y comenzó a darle besos:

-¡Que malamente me lo has hecho pasar, “hijolagranputa”! ¡Como me hagas otra vez algo así, te mato! ¡Hay que ver lo que nos hacen pasar los hijos...! –Y dirigiéndose a Tizón: ¡Gracias por traerme a mi niño...! ¡Gracias...! ¡Dios te lo tiene que pagar...! –Dándole, además un par de sonoros besos.

- Bueno, Lola, -se despedía Tizón, -que mi madre me estará esperando y me tengo que ir a comer. Vigila a Juanito para que no se meta en líos...

Al llegar a casa, Tizón recibió las rápidas preguntas de su madre, que había estado un tanto preocupada por la desaparición del hijo de la vecina, y a la que la mañana se le había hecho larguísima, además acuciada por la natural cusiosidad:

- ¿Has conseguido encontrar a Juanito? ¡¡Has tardado mucho...!! ¿Qué pasa...? ¿No has dado con él...? ¿Has visto a la Guardia Civil?

- ¡Tranquila, ma, tranquila! ¡Ahora te lo cuento todo...! Lo he encontrado y ya está con su madre... Ahora “échame de de comer” que tengo más hambre que el que se perdió en la isla... Me voy a lavar las manos.

- ¡Uy! ¡Qué alegría, hijo...! ¡Lo contenta que se habrá puesto Lola...! Te he hecho un borriquete con papas en amarillo que te vas a chupar los dedos...y una ensalada... Si quieres algo más, te puedo freír un par de huevos, pero yo creo que no te van a hacer falta, porque el borriquete ha salido muy bueno y hay bastantes trozos.

- Por cierto, ha vuelto a llamar Jesús el de Barbate y dice que si este año vas a trabajar o no en la almadraba, aunque me parece a mí que lo decía en plan de cachondeo.

- Vale, ma, esta tarde, sin falta, prepárame la ropa que voy a ir al médico para sacar el certificado y mañana iré a la oficina del Real, para hablar con el administrador...

Comió Tizón con cierta avidez, pero su mente no la tenía en la comida, sino que no hacía más que darle vueltas, con cierta satisfacción, a los puntos que ganaría ante todos sus amigos y conocidos cuando se fueran enterando de su “proeza”, aunque estos agradables pensamientos se veían un tanto enturbiados ante la duda de lo que su amigo Tolete podía contarle a la Policía. La verdad es que no las tenía todas consigo...

-Tengo que volver a hablar con Tolete, que es capaz de liarla; no me fío demasiado de él, porque es un poquillo torpe... –pensaba para sus adentros, frunciendo el ceño con cierta preocupación.

Esa tarde del martes, le resultó bastante agobiante, porque, además de tener que ir al médico y esperar más de dos horas en la consulta, se había dedicado a preparar las botellas de aire, limpiar las boquillas y válvulas, buscar las gafas de buceo, el traje de neopreno, unas aletas en condiciones, algún arpón y preparar las dos bolsas grandes, con buenas cremalleras, bolsas que resultaban ser “herramientas” esenciales en la parafernalia de útiles de los buceadores de la Almadraba, ya que les servía, además de para trasnportar todos sus enseres, para llevar “fuera de la vista” todo el pescado que podía caer en sus manos y que no interesaba que fuera visto por ojos ajenos a los propios buceadores. Bien sabía Tizón que disponer de dos buenas bolsas era esencial, pues la venta de ese pescado extra que los buceadores afanaban (albacoras y bonitos principalmente; también melvas, pero éstas, más baratas, no resultaban tan rentables), representaba un buen pico en los ingresos de lo que comúnmente llaman “jarampa” en el argot marinero.

Poco antes de la cena, volvió a la casa de Tolete para “interesarse” por su estado, siendo recibido por Lola con una amplia sonrisa y con los brazos abiertos.

- ¿Cómo está Juanito? –Le preguntó, solícito, a la madre.

- Pues muy bien; se acaba de despertar, que ha estado cerca de cuatro horas durmiendo la siesta, el pobre... Yo lo he dejado porque me daba pena despertarlo. Ahora está en la salita viendo la tele, comiéndose una manzana.

- ¿Qué pasa Juanito? ¿Te has hartado de dormir, no? Ya me lo ha contado tu madre. Ya te encuentras bien del todo, ¿a que sí?

- Ya estoy bien, sí, pero cuando estaba comiendo y antes de acostarme estaba agobiado con tantas preguntas de mi padre y de mis tías. Me tenían la cabeza loca.

- ¿No habrás dicho nada de que yo te dije que íbamos a meter fuego al sitio de los rumanos, no? –le comentó Tizón.

- No hombre, no, yo nada más que les he dicho que habíamos estado allí otras veces y que habíamos visto a aquella gente y que yo te estaba buscando... –le contestó Tolete, tranquilizando a su amigo.

- Vale, vale, recuerda lo que hemos dicho. A ver si arreglo unas cosas del trabajo y nos vamos a pescar a la playa. ¿Vale? ¡Ya te avisaré! –le prometió Tizón, antes de despedirse.

- Bueno, pues ya nos veremos...

Esa noche Tizón dormiría más tranquilo, aunque volvió a tener el sueño en el que el Capitán de la almadraba le echaba su buena bronca, no estaba muy seguro si por robar pescado o porque se había soltado uno de los cabos del barco del Canto de Tierra.


Francisco,

jueves, 9 de abril de 2009

6ª Semana - Tizón

- Mira, hijo, ayer te llamó por teléfono Jesús el de Barbate, el que trabaja contigo en la almadraba..., se me olvidó decírtelo.. –Le comentaba María, la madre de Rutilio (Tizón), a su hijo, mientras le ponía el café con leche y la tostada con manteca del desayuno.

- ¿No te dijo lo que quería...?... –Casi sin terminar la frase, se llevó la mano derecha a la cabeza y comentó, susurrando: ¡Anda...! Se me ha pasado que tenía que llevar el certificado médico a la oficina, para poder trabajar esta temporada... Seguro que él ya ha estado en la oficina del Real y le habrá dicho algo el administrador... ¡Con la mala leche que tiene...!

Su madre, que, a pesar del susurro, le había oído perfectamente, comenzó a recriminarle:

- ¡¡No me digas que se te ha olvidado sacar el certificado...!! ¡¡La temporada pasada te pasó lo mismo y por poco te echan...!! ¡¡Es que eres un desastre, con lo cerquita que está el médico...!! ¡¡Desde luego, como no sientes la cabeza, me vas a quitar del mundo...!! (Y hablando para sí misma: ¡Esto es un sinvivir!).

- ¡Venga, ma! ¡Que no pasa nada! Prepárame la ropa, que, en cuanto termine de desayunar, me ducho y voy al médico para que me dé el certificado y me paso por la oficina...

- Malamente empieza el día, -pensaba para sus adentros Tizón, que, la noche antes, se había acostado con cierto desasosiego, entre el apagón y el hecho de que “Tolete” no aparecía “por el mundo Dios” (aunque, para él, ambos hechos no tuvieran ninguna conexión).

Aún no había terminado de desayunar, cuando se presentó en la casa, toda llorosa, Lola, la madre de “Tolete” que, entre sollozos le decía:

- ¡Por Dios! ¡Que mi niño salió ayer por la tarde a reunirse contigo y no ha aparecido en toda la noche... ¡ ¡Seguro que le ha pasado algo...! ¿Dónde se ha podido meter? ¡Tú tienes que saber algo, porque él fue a buscarte...! ¡¡Por favor, ayúdame a encontrarlo...!!

- ¡Tranquila, Lola, que Juanito aparece!, -contestó Tizón, intentando consolar a la mujer, con gesto amable y actitud de colaboración.- Ahora mismo yo no sé dónde puede estar, porque ayer por la tarde yo no lo vi; pero te prometo que voy a reunirme con unos amigos y lo vamos a buscar. ¡Tú tranquila, que lo vamos a encontrar, porque yo sé los sitios que él conoce y a los que le gusta ir...!

Rápidamente terminó de desayunar y, olvidándose de la ducha y del certificado médico, se fue a buscar un par de amigos que vivían cerca y, sin perder tiempo, se dirigieron en derechura a los montes cercanos, comentando entre ellos cuáles serían las mejores posibilidades de actuación, aunque parecían tener bastante claro la zona inicial donde comenzar la búsqueda de su amigo.

- Yo creo que lo mejor es empezar por la “Cueva del Loco”, -comentaba Tizón a sus dos amigos.- Y si no aparece por allí, vamos después a las cuevas del “Barranco de las perdices”, que yo he estado muchas veces allí con él, sobre todo en la que tiene una especie de manantial... Pero antes me gustaría que fuéramos al sitio donde ha ardido lo de la luz, porque tengo un presentimiento y quiero echar un vistazo... No sé por qué, pero me da a mí que Juanito... ¡En fin!... ¡Vamos a ver lo que pasa...!

- Yo he cogido dos naranjas para el camino... ¿Vosotros no lleváis nada...? Pues sí que estamos aviados... ¡Qué poco vamos a durar buscando...!

Al llegar a la zona de “La huerta perdida” se encontró a la chica rumana que, junto a una pareja de personas mayores, intentaban transportar algunos enseres y bultos con ropa. Al ver que se acercaba, la chica se dirigió a él en tono airado y con cierto aire rabioso:

- ¡Tu amigo produjo incendio...! ¡Me contó mi padre...! ¡Vino ayer y pegó patada a estufa fuego y todo comenzó arder..., mucho fuego...! Después corrió mucho... ¡Tu amigo...! Mis padres sólo salvaron esto... Después incendió corrió por árboles y fue a casa con cables y luego vino mucha gente...Yo ya dije a policía, aunque mis padres no papeles... –Y, a continuación, se derrumbó sollozando.

- Mujer, es que mi amigo Tolete es un poco retrasado y no sabe muy bien lo que hace; seguramente tropezó y lo hizo sin querer... ¿No sabes para dónde corrió?

- Sí, mi padre dice que fue para allá... –le contestó, mansamente, la chica, señalando hacia el norte.

- Bueno, perdona, pero es que estamos intentando encontrarlo, porque no ha aparecido en toda la noche; y eso que la Guardia Civil lo ha estado buscando...

Se dirigieron con decisión hacia la parte de la “Cueva del Loco” y buscaron denodadamente en las oquedades y refugios que más posibilidades tenían como escondites, pero no encontraron ni siquiera algún indicio que pudiera indicarles, ni remotamente, que por alli estuviera o hubiera estado el amigo Tolete.

Algo desanimados, se sentaron a descansar un poco y Tizón tuvo el detalle de compartir con sus dos amigos una de las naranjas que llevaba.

- Pues vamos a tener que ir al “Barranco”, a ver si allí hay más suerte...

Con algo menos de ardor que al principio, se dirigieron a la zona comentada, llamando de vez en cuando a Tolete y tratando de identificarse para que su amigo no tuviera miedo.

Para el que no conozca muy bien la zona, conviene decir que la mayor parte del terreno está ocupada por lo que se conoce como “monte bajo”, pero esta expresión puede dar lugar a error, incluso a la gente que vive en los alrededores, porque, visto desde cierta distancia, el “monte bajo” engaña en su apariencia, pues no da la sensación de ser demasiado difícil de salvar, hasta que uno llega a su entraña y comprende que en ocasiones es casi imposible de atravesar, por lo inextricable de su vegetación, en la que se entremezclan palmitos, zarzas, aulagas, jérguenes, enredaderas, zarzaparrilas, lentiscos, jaras, rosales silvestres, majuelos, espinos, madroños, acebuches, etc., como si se tratara de una jungla impenetrable; por cierto, no sé a quien se le ocurrió lo de “bajo”, porque, lo normal es que supere muy ampliamente la altura de un hombre.

Con estas circunstancias, iba pasando implacablemente el tiempo sin resultados, y ya rebasada con creces la hora de volver para comer y totalmente desgañitados y agotados, se sentaron para acabar con la segunda naranja y volverse a casa.

- ¡No veas lo que le va a entrar a Lola cuando nos vea llegar sin su hijo...! ¡Le diremos que esta tarde vamos a volver y que no pararemos hasta que aparezca...! -comentaba Tizón con resignación y sin visos de esperanza.

Ya habían iniciado el camino de vuelta, con movimientos lentos y torpes, como con desgana y con el ánimo por los suelos, cuando Tizón, en un último y desesperado intento por forzar lo que ya parecía claro, sacando fuerzas de flaqueza, gritó con toda su alma, desde el fondo de su garganta:

- ¡¡¡TOLETEEEE...!!! ¡¡¡TOLETEEEE...!!!

Como ya esperaba, sólo le contestó el eco...

Reiniciaron la marcha, pero, como surgida de la nada, oyeron una voz, con un punto de desgarro y algo rota:

-¡Tizón... Tizón...!

Se pararon en seco, pero, de momento, no eran capaces de distinguir el lugar de donde procedía la voz, aunque imaginaban que era de una de las cuevas que ya habían dejado atrás.

Tizón, con cierta urgencia, por lo que le salió más debilitada, repitió su llamada:

- ¡¡¡TOLETEEEE...!!! ¡¡¡TOLETEEEE...!!!

- ¡Sí, Tizón, sí!

A unos ochenta metros, vieron aparecer la figura de su amigo, algo vacilante, pero que, decididamente se dirigía hacia ellos.

A Tizón le desapareció todo el cansancio como por ensalmo y se le olvidó el hambre y la sed, reconociendo, dentro de su simpleza, que ese momento era uno de los más emocionantes que había vivido en su vida, sólo comparable a aquella vez que había encontrado en la playa a un pez emperador de cerca de 40 kilos (pero eso era otra historia).

¡Había encontrado a su amigo! ¡Sería un héroe para Lola... y para los vecinos...!


Francisco.

5ª Semana - Tizón

Ahora no vendría al caso explicar el modo de pescar que utilizaba Tizón en aquella parte de la playa, cuando hacía viento de Levante, pero si no lo hago, más de uno se va a sentir confundido cuando el asunto de la pesca salga a colación y le parezca que se están diciendo cosas contradictorias.
Me voy a explicar algo mejor para aclarar el tema:- La forma más “normal” de pescar en la playa, -olvidando por el momento la pesca con señuelos (“muestras” o “pescaditos” como se dice en el argot propio de la zona)-, es utilizando una caña con carrete y lanzando a una distancia más o menos larga un aparejo que lleva un plomo, con uno, dos o tres anzuelos, dependiendo del gusto de cada cual. Los anzuelos se suelen cebar con diferentes carnadas aunque la más socorrida es la caballa salada. Este aparejo se deja un tiempo en el agua, hasta que se siente la picada o hasta que el viento o la corriente te desplacen demasiado el sedal, lo que te obligará a recoger todo el hilo, con el carrete, para volver a lanzar y repetir el ciclo.
¿Qué pasa cuando sopla el Levante...?, pues que el agua se pone muy clara y los peces “advierten” el engaño y no pican..., salvo que pudieras lanzar los aparejos a unos 200 ó 250 metros, donde la profundidad es mayor (cosa harto difícil).
¿Solución...?, nuestro Tizón ha encontrado una forma de pescar que, si no soluciona totalmente el problema, resulta bastante efectiva.
Utiliza una caña sin carrete (por aquí se le dice “caña del país”), que puede tener de cinco a ocho metros, -aunque la longitud no es determinante-, con un aparejo fijo de “corchuela”, que lleva una pequeñísima bola de plomo (de unos gramos) por debajo de la “corchuela”, con dos anzuelos, a diferente distancia, a continuación del plomo.
De esta forma sólo puede pescar a unos ocho o diez metros de la orilla, y eso si se mete en el agua, por lo que, aunque hay muy poca altura de agua (no suele pasar de metro y medio), aprovecha la turbiedad que ocasionan las olas que mueren en la orilla y, un momento antes de cada “lance”, -aquí está la clave principal del más que probable éxito-, echa un puñado del “cocido” que ha cogido en la fábrica de conservas, con lo que, después de varios lances, se puede apreciar cómo se acercan los peces y llega un momento en que comen frenéticamente cada vez que tira el “cocido”; es cuando aprovecha la ocasión para echar el aparejo, cuyas carnadas se confunden en medio del pequeño caos... con el resultado que es fácil deducir... normalmente...
Por cierto, curiosamente, utiliza como carnada caracoles terrestres pequeños, fáciles de conseguir, fáciles de guardar, duraderos y fáciles de poner en los anzuelos –la carnada perfecta y, además, gratis- ¿Se puede pedir mayor rentabilidad...?
***
Era la una de la tarde del viernes y Tizón estaba haciendo un hoyo en la arena, al borde de un pequeño cañaveral cercano a la playa, para esconder una bolsa con el “cocido” que le había sobrado, al objeto de utilizarla al día siguiente. Mientras lo hacía, buscaba con la mirada si había algún curioso por los alrededores, pues alguna vez le había desaparecido lo guardado.- No vaya a haber algún mamonazo que me vea y después me deja sin “anguao” para mañana... –comentaba para sí mismo-, y me hace la puñeta, como el otro día...
A eso de la una y media ya estaba tomando una cervecita en “La gata parda”, había llegado en autobús, y comentaba a su amigo Diego:
- Tu jefe ya me ha pagado el pescado; fresquito...; unos seis kilos y medio; buenas bailas...; me ha dado 30 euros por todo... y que me tome dos cervecitas; no está mal...; quillo, a ver si vienes otra vez por mi casa, para seguir copiando las recetas...; tú sabes que le caes muy bien a mi madre, no como otros colegas...
–La verborrea de Tizón parecía imparable...
-Vale, vale, a ver si un día que esté libre me llego por allí, ahora es que tengo mucha faena...
A la vuelta, al pasar por el super para comprar unas latas de cerveza, al darse cuenta de que la chica rumana que había visto en “La huerta perdía” estaba en pie, cerca de la puerta con un letrero y una pequeña bandeja en la mano, se acercó:
- ¡Hola! ¿Qué pasa? ¿Te acuerdas de mí?
La chica, se puso un poco roja, pero no contestó.
- ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas de mí?
La rumana, seguía callada, pero estaba vez asintió con movimientos de cabeza.
- ¿A qué hora terminas? ¿Quieres que te acompañe a tu casa...?
- ¡Por favor! No molestar... –dijo por fin, con bastante humildad.
- Vale, vale, no te preocupes... –comentó, algo cabreado, Tizón- y, murmurando por bajines...
-¿Qué se habrá creído la gilipollas esta...?
***
El sábado también estuvo pescando y consiguió buenas capturas, pero el domingo no tuvo tanta suerte –le había quedado poco “cocido” del día anterior, y, encima se peleó con un windsurfista y con otro que había salido con una “cometa” por donde mismo estaba él pescando:
- ¡Cojones! ¿Es que no tenéis playa para correr, que tenéis que meterse donde está uno pescando, buscándose la vida...? ¡Tiene cojones la cosa, que tienen que venir de fuera para molestarte...! ¡Irse a vuestra tierra, cojones...!
–Para Tizón, todos los que utilizaban esos artilugios modernos, eran extranjeros o de fuera...
El lunes por la mañana, convenció a Juanito “Tolete” para volver a ir a “La huerta perdía” a coger unas tagarninas, aunque lo que él llevaba en mente era otra cosa.
Efectivamente, volvió a ver a la rumana y “erre que erre” lo volvió a intentar, pero ésta, aunque humildemente, volvió a rechazarle:
-Por favor, yo no quiere que molestes más, ¡por favor...!
- Pero, bueno, ¿qué se habrá creído la tía esta? ¡Ya me está cabreando...! No vamos a tener más remedio que darle un escarmiento! ¿Tú qué piensas si le metemos fuego a las chabolas de estos extranjeros que no vienen mas que a incordiar...? –Dirigiéndose a “Tolete”.
- Está muy bien, para que aprendan... ¡Venga, vamos a meterle fuego...! –Dijo muy decidido su retrasado amigo.
- Tranquilo, tranquilo... ¿Tú tienes fuego...? ¡Yo tampoco...! Bueno, lo dejamos para la tarde ¿Vale?... ¡Nos vamos a preparar y vamos a venir después de comer...!
Esa misma tarde del lunes, después de comer, a eso de las tres, olvidado un poco el cabreo de la mañana, Tizón hizo lo que normalmente hacía a esa hora, ir por el “cocido” a la fábrica, pues era la hora en que lo sacaban a los contenedores y aprovechó la buena marea para echar unas horas de pesca.
Sobre la misma hora, Juanito “Tolete”, recordando el comentario de la mañana y con la idea que se le había fijado en la mente, llegaba a la casa de Tizón, preguntándole a la madre por él:
- Mira, hace un ratito que ha salido...
- Éste se ha ido sin mí –pensó y, ni corto ni perezoso se dirigió hacia “La huerta perdía”, con idea de encontrarse allí con el amigo y llevar a cabo lo ideado en la mañana.
Lo que pasó después, sólo Dios lo sabe.
***
Tizón volvió de pescar, después de vender el pescado, esta vez fue en un bar (“El Rezón”) cercano al puerto, que también le pagaba bien.
Al volver a casa, no funcionaba el timbre:
- Ma, ¿se ha averiado el timbre?
- No, hijo, no, es que llevamos un rato sin luz, se ha ido a eso de las seis...Por cierto, vino Juanito, preguntando por ti...
- Pues yo no le he visto en toda la tarde...
A eso de las ocho, la madre de Juanito “Tolete” llegaba preguntando por él:
¿No ha estado aquí mi hijo? ¡Me dijo que iba a salir con el tuyo!
Sí, estuvo aquí a eso de las tres, pero mi hijo se había ido un poco antes y me ha dicho que él ha estado pescando y que no le ha visto en toda la tarde...
- Pues ya es raro que mi hijo no haya venido, porque él no perdona la hora de la merienda...
Francisco